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viernes, 14 de mayo de 2010

El mundo sensible III

El mundo sensible III 


EL MUNDO SENSIBLE DEL ARCIPESTRE DE HITA.
Mester de Clerecía se denomina a la Literatura Medieval creada por clérigos, su composción es por estrofas y generalmente narra una autobiografía ficticia, Juan Ruiz de Castilla conocido como el Arcipreste de Hita es considerado como uno de los autores sobresalientes en este género.
Su obra EL LIBRO DE BUEN AMOR, hace gala al ser nombrada como una joya de la Literatura Española de todos los tiempos.























Algunas de la estrofas que son expuestas a continuación, están llenas de recursos irónicos, el autor equilibra la desvergüenza y la delicadeza en un texto tan didáctico como humorístico, tan piadoso como lujurioso. 

Nótese además que se llama el Libro de Buen Amor, no "del" Buen Amor.

El Arcipreste (sacerdote de cierta categoría) habla con naturalidad en su obra, (tener una mujer como pareja civil, sin casarse por la Iglesia), e incluso de sus amores con una monja.
 
EL LIBRO DE BUEN AMOR (ARCIPRESTE DE HITA)

Consejos de don Amor:
Condiciones que ha de tener la mujer para ser bella
 



Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente, mira qué mujer escoger.

Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta pero tampoco enana;
si pudieras, no quieras amar mujer villana,
pues de amor nada sabe, palurda y chabacana.

Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillo no teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.

Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas, bien claras y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes (fíjate)
si tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.

La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los labios de su boca bermejos, angostillos.

Su boca pequeña, así, de buena guisa
su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa,
conviene que la veas primero sin camisa
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!

Si tiene los sobacos un poquillo mojados
y tiene chicas piernas y largos los costados,
ancheta de caderas, pies chicos, arqueados,
¡tal mujer no se encuentra en todos los mercados!

En la cama muy loca, en la casa muy cuerda;
no olvides tal mujer, su ventajas acuerda.
Esto que te aconsejo con Ovidio concuerda,
y para ello hace falta mensajera no lerda.

Guárdate bien que no sea vellosa ni barbuda
¡el demonio se lleve a la pecosa velluda!
Si tiene mano chica, delgada o voz aguda,
a tal mujer el hombre de buen seso la muda.

Le harás una pregunta como última cuestión:
si tiene el genio alegre y ardiente el corazón;
si no duda, si pide de todo la razón
si al hombre dice sí, merece tu pasión.

Como dice Aristóteles, cosa es verdadera
el mundo por dos cosas trabaja: la primera
por tener mantenencia; la otra cosa era
por tener juntamiento con hembra placentera





EL INSTINTO DE LA MUERTE


























(Botticelli) 

Fragmentos del libro El instinto de la muerte, escrito por el Dr. R. Nóvoa Santos y publicado por Javier Morata Editor, Madrid 1927. Aún no siendo estrictamente la obra de un pensador, su profesión, que le enfrentaba al dolor y a la muerte constantemente, en combinación con su formación, le habilitan para dar opiniones interesantes sobre estos aspectos de la existencia.

“Nuestro empeño debe tender a morir a tiempo, cultivando para ello el sentimiento de saciedad de la vida. Para quien sucumbe sin haber experimentado hartura de vivir, es la vida la que está saciada de él. ¡O saciados nosotros de vivir, o saciada la vida de nosotros! Siempre se muere a tiempo, si no a tiempo para ellos, a tiempo para la Vida; pues hay que contar en todo momento con la fuerza selectiva de un designio desconocido, para el cual todo ocurre en el instante preciso. [...]. Hay una aparente antagonía entre el instinto de la muerte y la voluntad de vivir. Eclipsado por la pasión de vivir, el instinto de la muerte no nos sacude tan impetuosamente como el instinto de la vida, y, sin embargo, se alimentan ambos de la misma savia y representan dos aspectos de una misma fuerza creadora. [...]. No creo que se haya expresado con mayor sencillez el papel de estas dos fuerzas, antagónicas en apariencia, pero convergentes en el fondo, que en estas palabras del filósofo Heráclito: «El mundo no es más que un inmenso deseo de vivir y un inmenso disgusto de vivir».” 























(Gustav Klimt) 

Entre los poetas, ninguno cantó tan repetidamente el suicidio como Leopardi, que experimentaba un «ardiente deseo de vindicarme sobre mí mismo, y con mi vida, de la necesaria infelicidad inseparable de la existencia mía». El dolor físico, la pavura moral, la infelicidad, justifican la renunciación a la vida, y, sobre todos, el amor, que es, juntamente con la muerte, las «dos bellas cosas que tiene el mundo»:

Hasta la indolente plebe,
el hombre de la villa, ignorante
de toda virtud que de saber deriva;
hasta la doncella tímida y esquiva
que ya de la muerte al nombre
sintió erizarse sus cabellos,
atrévese en la tumba, en los fúnebres velos,
a detener la mirada de constancia plena,
atrévese el hierro y el veneno
a meditar largamente.
Y en su indocta mente
la nobleza de morir comprende.

[...]. El combatiente que marcha seguro de entregar su vida en el campo de batalla, es un héroe, voluntario o forzado, convencido o sin fe de la causa que defiende; pero el hombre que la rinde a su propia voluntad es un cobarde, o un miserable, o un impío. ¡Oh, lenguaje engañoso y falacia humana! ¡Consolémonos, amigos! Porque la única verdad que todos alcanzamos, aun los más humildes e indoctos, a despecho de las contiendas que sostienen doctores y filósofos, es que todos tenemos el sentimiento del deber de morir, y que todos, igualmente, sentimos en la profundidad de nuestro corazón el derecho que tenemos a disponer de nuestra vida, prenda siempre nuestra, hasta el momento de recogernos en el sosiego de la muerte.”

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